En ocasiones leo artículos que dan una visión apocalíptica de Cuba. Sólo se centran como el cazador, detrás de su colimador para darle un tiro certero a su presa. La campaña de descrédito que se lanza sobre mi país tiene esas características.
Desde el 23 de febrero, tras la muerte de un recluso con más de 14 cargos por delitos comunes, devenido por obra y gracia de los grandes medios de comunicación en un “disidente” político, esa campaña ha aumentado a niveles insospechados, alcanzando el climax el 11 de marzo con la decisión del Parlamento Europeo y su condena a la Isla caribeña por supuestas violaciones de los derechos humanos.
No es un secreto para nadie lo que ha representado el periodo especial, pero añádale a ello que más del 70 por ciento de los cubanos hemos crecido con el bloqueo sobre nuestras cabezas. (Y no sumemos el terrorismo practicado sin piedad contra este pueblo que ha costado más de 3 mil vidas)
Pero vuelvo adonde estaba. Por ejemplo, únanle a los efectos del cerco económico de casi 50 años, que no se ha relajado en lo más mínimo, sino todo lo contrario se continúa aplicando al pie de la letra, el que en el 2008 nos cayeron encima tres huracanes que dejaron pérdidas valoradas en más de 10 mil millones de dólares.
Además, en el 2009 —para no hacer demasiada historia— sobre la economía nacional incidieron tres factores adversos: la crisis mundial que nos derrumbó el precio del níquel, en turismo tuvimos menos ingresos y además los financiamientos externos disminuyeron.
Eso por sí sólo ha sido una agravante para nuestras condiciones de vida, pero paradójicamente nuestros niños siguieron asistiendo a la escuela y cualquier foto que se recrea de ellos es con sonrisas y no con un cajón de limpiabotas en las manos.
Tampoco se escuchó decir que una persona murió porque quedó a la entrada de un hospital por falta de un seguro médico que le permitiera el acceso a un medicamento que salvara su vida.
Sin embargo, es cierto que no tenemos el carro de último modelo o que los salarios no alcanzan, pero la dirección política de este país no está ajena a las necesidades del pueblo.
Acaba de concluir un Congreso de Jóvenes Comunistas en Cuba. Raúl Castro, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, se detuvo en un análisis que abrió las costuras de la crítica: reiteró, como en otras intervenciones, que nuestro principal reto es económico.
¿Cómo hacer una economía sólida y dinámica? ¿Cómo elevar la productividad del trabajo? ¿Cómo hacer más fuerte nuestra agricultura?, ¿Por qué seguimos con las platillas infladas, el derroche, o el importar productos que podemos cosechar internamente?
Son elementos de los que habló Raúl a los jóvenes y reconoció el valor y la importancia de los cambios, en ningún momento los ha negado, sólo que ellos vendrán sin improvisación, con calma.
Mencionó términos como “romper dogmas” y mejorar el modelo económico del país para desarrollar el proyecto social que se construye en este país. Proyecto social que es imperfecto, pero se acerca a los verdaderos ideales de igualdad y justicia que vienen desde la Revolución francesa.
Soy cubana, negra, profesional. Nací en la década de 1960. Conocí los muñequitos rusos y también el campo socialista. Mi único hijo lo concebí en el periodo especial. Hoy ya cumplió los 18 años. Creció en medio de múltiples limitaciones, pero sano y feliz. Él ha formado sus propias opiniones y las defiende.
Como madre me regocija apreciar que en su postura hay una clara visión de que podemos ser mejores, dentro de nuestro socialismo. Y no es un criterio impuesto, como quizás quieren hacer ver en un intento por presentar a una Cuba donde existen insalvables problemas generacionales y donde a criterio de uno, dos, o una mínima porción de individuos descontentos, se trate de presentar como la opinión de 11 millones de cubanos, lo penoso es que otros, en cualquier parte, desconocedores de nuestra realidad y nuestra historia, se lo crean.