Los últimos rostros amigos que dejamos en Nueva York fueron el de un negro alto, de una sonrisa tan blanca como la nieve, y el de su hija, una hermosa mulata, ambos residentes en el sur del Bronx. Las noche anterior a la partida, él y Corine, su esposa, abrieron las puertas de su hogar para recibir todos los que integramos la expedición de La Colmenita en este viaje por Estados Unidos. Pusieron a la entrada del edificio un «Bienvenidos» muy grande, escrito a lápiz de colores y brindaron lo que tienen: su corazón cargado de cariño. El cariño es una de las cosas que más me ha impactado de la gente que hemos conocido en estos días. Gente que ama a Cuba y los cubanos, por eso me resulta tan difícil admitir que una política hostil de bloqueo impida la normal relación entre dos pueblos que no tienen razones para odiarse.
Se percatarán ahora por qué no he tenido apenas tiempo para actualizar esta bitácora. Voy junto a la tropa de Carlos Alberto Cremata en este gran gira de amor que comenzó . Hay un montón de anécdotas para contar y cosas por escribir. Anoche, mientras nos trasladábamos a California, uno de los duendes del grupo, el pequeño Federico o Fede, como le gusta que le nombren, al parecer cansado de permanecer en el avión, pues fue una trayecto de costa a costa el que hicimos (Nueva York- San Francisco), dijo con la mayor naturalidad del mundo «no soporto más este avión, por favor necesito una salida de emergencia».